Los Mecenas

D. Pablo Díez

Pablo Díez Fernández empresario y mecenasMéxico está aproximadamente a ocho mil ochocientos ochenta y tres kilómetros de La Virgen del Camino, pero tiene muchísimo que ver con este territorio mariano de León. Las instalaciones del conglomerado dominicano de La Virgen forman parte del ramillete de grandes obras que, a uno y otro lado del Atlántico, ha erigido el mecenas Don Pablo Díez Fernández.

León y México son dos puntos referenciales del arco que este empresario egregio ha dibujado en su peculiar aventura. Virgen de Guadalupe y Virgen del Camino. Hay otras dos devociones nucleares en el periplo existencial de Don Pablo: Isabel la Católica, en cuyo proceso de canonización ha invertido incontables horas y pesos; y, sobre todo, Doña Rosario Guerrero Herrero, novia, esposa, sombra, apoyo, luz, aliento en el largo itinerario de proyectos que han trufado la existencia de este leonés mítico.

Iba para dominico. Año 1900. Con 16 años y la cabeza poblada de sueños adolescentes se dirige a Corias (Asturias), para empezar el noviciado y los estudios de filosofía. El monasterio de Corias, en el cíngulo de montañas de la Sierra de Rañadoiro, es como un cuadro romántico donde el Narcea presta indolentemente el rumor y el azul inconfundible de sus aguas. Un legendario cenobio, fundado hace mil años por los condes Piniolo y Aldonza y regentado por la orden benedictina. Tras una turbulenta historia, cuando Don Pablo, en los albores del siglo XX, traspasa sus puertas es ya un convento dominicano, vivero de vocaciones de la demarcación de la provincia canónica de España. Toma los hábitos un 28 de septiembre de 1900, en el seno de una comunidad de aproximadamente ochenta frailes. El guión en este escenario insólito comienza todos los días a las cuatro y media de la madrugada: rezos, estudios, recreos, biblioteca, sendas, meditaciones.

¿Fueron estos los materiales básicos del encofrado de su espíritu? En cualquier caso, cuatro años después cae el telón de este acto y, en vísperas de los votos solemnes, fray Pablo Díez Fernández, con la edad de hacer la mili, regresa a su pueblo natal de Vegaquemada. Partió de allí con el desarraigo de un huérfano (su madre murió cuando tenía tres años de edad) y con las urgencias inaplazables de inventar su vida.

Entre Vegaquemada, León, Madrid y otras alternativas domésticas, Pablo optó por cruzar el Atlántico embarcando en La Coruña el año 1905. México, Distrito Federal, es su destino. Gobierna la nación el dictador Porfirio Díez, que tiene a la sazón 78 años y ha consumido y fundado un tramo decisivo en la historia de la nación heredera de los mayas, el llamado porfiriato, desde 1888 a 1909, en cuyo tiempo han recibido un extraordinario impulso las obras públicas, las relaciones con el exterior, la reestructuración del ejército, la cultura. Quedan apenas cinco años para el huracán llamado Pancho Villa y la revolución mexicana y, en fin, la inauguración de los modales democráticos.

Este México impreciso, sin saberlo, espera ansioso la llegada del leonés Don Pablo. Pero éste, para embarcar, necesitaba un billete cuyo monto desbordaba sus ahorros. Pide el dinero que le falta en el convento de Dominicos de La Coruña (préstamo que devolverá «religiosamente» pocos años después). En este instante comienza, de modo embrionario, la prodigiosa historia empresarial del Grupo Modelo.

Los frailes del convento de dominicos en el Distrito Federal fueron los segundos acreedores de Don Pablo. Tras un primer tiempo de contable, en la «Venegas», llegó a compartir la propiedad de otra panadería de título literario, «La Primavera». Desavenencias de socios, dieron con sus huesos en el paro. La orden dominicana, a través de un antiguo compañero de Corias –fray Manuel Díez Tascón—le aporta un segundo aliento financiero. Y se apuntalan, en el fondo de su espíritu, unos tirantes de acero con terminales, cuarenta años después, en los dominicos de La Virgen del Camino de León.

En 1914 crea, con cuatro socios, la compañía Leviatán y Flor, S.A. de levadura comprimida de panificación. Y de esta levadura del pan, a la de la cerveza. Y así comienza la imparable ascensión de este increíble vegaquemadano, que creó las bases y la primera gran tela de araña de la fabricación y distribución de cervezas en el mundo. Por aquellos tiempos, Concha Piquer había difundido en una copla legendaria la metáfora afortunada de un marinero enamorado, «rubio como la cerveza». Otro navegante anónimo, de raza, el leonés don Pablo Díez, ahora sin metáforas, ponía los cimientos en México de una empresa que en el balance del año 2007 produciría seis mil millones de litros de esa rubia bebida.

Casi cincuenta años después de desprenderse de los dominicos (Corias, La Coruña, Distrito Federal), Pablo regresa de nuevo a la Orden. Con devoción y talonarios. A arreglar cuentas. De pequeño, de la mano de su padre Ceferino Díez y su tía Francisca Díez, llegó por primera vez a La Virgen del Camino. Y brotó en los sótanos del alma algo así como una promesa, «si triunfo, Señora, regresaré y haré algo destacado en este lugar». Años atrás, casi quinientos años atrás, otro leonés de pro, Alvar Simón, fue testigo de la «primera piedra», que lanzaba la Virgen en su aparición, para indicar el lugar exacto en que el obispo debería erigir el templo. Don Pablo traía ahora la segunda piedra que, en una rutilante ceremonia oficial (año 1955), con autoridades y arquitectos, se pondría para celebrar el comienzo de una de las obras más colosales llevadas a cabo en León en la década de los cincuenta.

Pero hay otro capítulo notable, lírico, fundante, en los viajes a León de Don Pablo desde México. Fue el de 1916. Y el escenario era Boñar, en la fonda «La Valeria», uno de los lugares sagrados en la mitología «paulina» del empresario, un tal Paco Molleda le presentó a don Pablo una hija de los Herrero de Oviedo. Se llamaba Rosario Guerrero Herrero y se produjo eso que los narradores de todos los tiempos han llamado flechazo. Dos años después, el Diario de León levantaba acta del evento: «Hoy han contraído matrimonio en la Iglesia parroquial de San Martín, cuyo altar estaba primorosamente adornado, la bella y distinguida señorita Rosario Guerrero Herrero y el joven Pablo Díez Fernández. Bendijo la unión el tío de la novia, R. P. José Herrero, S.J. Fueron padrinos Don Lucas Lizant y la madre de la contrayente Doña Rosario Herrero de Guerrero. Los numerosos y aristocráticos invitados fueron obsequiados espléndidamente».

¿Levar anclas del todo le podemos llamar a esto? Se cierra definitivamente el capítulo de León y este viaje significa la inmersión definitiva de la pareja en el ámbito México, en el proyecto que se llamará con los años Grupo Modelo. Rosario era, por lo menos, la mitad de la energía interior con la que don Pablo arrostraba cada mañana los proyectos espinosos del negocio, y las gestiones concretas y los sueños lejanos. Confidente y primera consejera de matices y alientos. Franquicia insobornable de fracasos y triunfos. Tras la boda, tras el asiento consolidado en el Distrito Federal, el buque Pablo-Rosario, Rosario-Pablo, surca imperturbable diversas travesías de negocios. Inversiones en navieras españolas, primer macht con la Cervecería Modelo, Celanesse Mexicana, S.A., Industria Eléctrica de México, S.A., Condumex, S.A., Empaques de Cartón San Pablo S.A., y toda la cadena de producción que el icono imperceptible de una cerveza en una barra de bar lleva consigo: metalurgia, minas, fábricas de vidrio, transportes.

En primera fila, bajo el techo oscuro de un paraguas que sujeta Rosario con la mano izquierda, el matrimonio asiste a la inauguración de un sueño. Era el 5 de septiembre de 1961 y el obispo Almarcha consagraba ante el mundo el nuevo templo de la Virgen del Camino. Sentado, impasible, próximo a cumplir los ochenta años, con el perfil a medio camino entre un faraón egipcio y un asceta como los monjes que fundaron monasterios en las vegas de León, el empresario más galardonado de la historia reciente de México, Don Pablo Díez Fernández, cumplía la promesa, hecha con palabras vacilantes, en aquel lejano viaje a La Virgen en compañía de su padre Ceferino y de su tía Francisca.

 

D. Antonino Fernández

Antonino Fernández Rodríguez empresario y mecenasOcurrió lo imprevisto en aquella mañana del 29 de marzo de 1977. Un hombre herido, maltrecho, sin afeitar, con la figura desencajada, con ojos de no dormir, había sobrevivido a un legendario secuestro en el Distrito Federal, México. La prensa, en grandes titulares, había golpeado a la opinión. «Industrial secuestrado». 72 horas después, el protagonista atravesaba el umbral de su casa, ante una muchedumbre de reporteros sin que percibieran de quién se trataba.

Esto, que podía ser el trailer de un film de novela negra, es el puro relato de lo que le sucedió a un leonés, natural de Cerezales del Condado, llamado Antonino Fernández Rodríguez, en aquellos tres interminables días en manos de la «Liga Guerrillera 23 de Septiembre». Aquella mañana ocurrió todo en segundos, al lado de su hogar, cuando iba a subir a su automóvil. Dos hombres armados se apoderaron de él, y dispararon cuando opuso resistencia. Un proyectil atravesó el fémur de su pierna derecha con orificios de entrada y salida. Cuando su mujer, Cinia, se asomó al balcón al oír los disparos, sólo vio un coche huyendo y un reguero de sangre caliente tras las rodadas. Y su frente entonces se estrelló contra una nube de preguntas angustiosas.

Su esposo secuestrado era, en ese momento, un mítico empresario en la republica mexicana, de sesenta años de edad, con un imperio industrial en plena expansión. En su biografía, para encontrar otro episodio de armas hay que remontarse cuarenta años atrás, cuando tuvo que enrolarse, desde la mili, en la contienda de la Guerra Civil española. Pero toda su biografía es la de una personalidad amante de la paz, extraordinariamente musculada para la disciplina y el cumplimiento de los objetivos. Cruzada toda ella por un afán que sólo se da en los grandes líderes. Su verdadera militancia ha sido la de un self made man en la refriega constante por la superación en el trabajo, en las batallas cotidianas de la gestión de una empresa que planteaba, con ritmo de vértigo, nuevos campos de batalla.

Sesenta años antes había nacido en Cerezales del Condado, un pueblo de los que cruza el Porma, a veintiocho kilómetros de León, en vísperas de la Navidad de 1917. Pasada la infancia y cerrado el capítulo de la Guerra del 36-39, encontramos a Antonino Fernández uniformado de policía municipal en el escenario de la capital leonesa. Inauguraba con este cargo el estatuto de adulto y la independencia personal para afrontar el futuro de su vida.

Pero hay otro nombre, otra persona, sin cuyo encuentro es imposible definir la vida de Don Antonino. Es Cinia. Cinia González Díez, natural de Vegaquemada, en el mismo valle, bañado por el Porma, que Cerezales del Condado y a escasos kilómetros de distancia. El azar brinda, a veces, estas arbitrariedades insólitas: se conocen en una fiesta de la Virgen, y ella es sobrina de Don Pablo Díez, que era ya un leonés-leyenda por sus éxitos empresariales en México. El resto del guión se desarrolla, a partir de este momento, sin sobresaltos. Noviazgo, boda rumbosa, e invitaciones a Antonino, desde el otro lado del Atlántico, a probar fortuna con proyectos distintos.

Y así, un 16 de enero de 1949, Antonino y Cinia, cuatro años después de haberse convertido en matrimonio en la iglesia parroquial de San Marcelo, son pasajeros de un DC3 de Aerovías Guest que aterriza en México. Atraviesan dos océanos. El Atlántico de los libros de geografía y un nuevo mar que separaba, con distancias casi siderales, la España de la postguerra y México, país con el que se habían roto las relaciones diplomáticas.

Hasta llegar a sentarse en los sillones donde se tomaban trascendentales decisiones de empresa, Antonino padeció un intenso «master» de acomodo a las situaciones, sin ceder un ápice a tentaciones de nepotismo. Comenzó trabajando en la Cervecería Modelo, en los departamentos de lavado de barriles y despacho de camiones. Después, un intenso aprendizaje y práctica cambiando de cometidos, un itinerario con jornadas agotadoras, muy pegado al suelo del peculiar mundo de la empresa.

Un punto de inflexión fue la invitación de Don Pablo para que se hiciese cargo de la Administración General del Grupo, a la que se resistió tercamente, desde la convicción de no estar a la altura de las circunstancias. Pero la invitación se convirtió, de pronto, en orden no negociable. El fundador había doblado ya la esquina de los sesenta y cinco años, y el sobrino político no tuvo más opciones que las de asumir el reto. Con mando en plaza, empezaba la hora taurina del hombre que iniciaba en ese momento una incursión legendaria en el universo de las compañías mercantiles, hasta situar su grupo en la cima del ranking de las grandes empresas mundiales de producción y distribución de cerveza.

Asomarse hoy a las memorias oficiales de la malla empresarial del llamado corporativo produce, a la vez, admiración, asombro y vértigo. Este hombre, que ha compartido mesa y mantel con grandes mandatarios políticos, con banqueros y capitanes de conglomerados industriales de la galaxia globalizada que es nuestro mundo, sin apenas sitio en la delantera de su terno para las medallas, conquistadas gracias a su trabajo imperturbable, sigue siendo un ciudadano nacido en las orillas del Porma leonés, que ama el arte y la música clásica y disfruta de las tertulias serenas con amigos y familiares cuando aterriza cada verano en el Hostal San Marcos de la capital del Reino.

Como en el caso de Don Pablo, su perfil se define también por su empeño en la causa de beatificación de Isabel la Católica (fue en vida el impulsor del Instituto Simancas de la Universidad de Valladolid, y un aula lleva el nombre de Cinia González Díez) y un arco ancho de mecenazgos en los ámbitos de la cultura y de las obras sociales a ambos lados del océano. La Virgen del Camino es uno de esos referentes privilegiados en el afecto de Don Antonino. Es, tras los fundadores –Don Pablo, padre Aniceto Fernández y Monseñor Almarcha–, el cuarto hombre de la cosmografía de La Virgen del Camino, inaugurada en los años sesenta.

Ha pasado más de medio siglo desde aquella fecha mítica de la inauguración, y cincuenta años en el turmix de la historia contemporánea es una tempestad que arrasa muchos proyectos puestos en pie por los pueblos y las personas. Tampoco el complejo de escuelas y servicios de La Virgen del Camino se ha librado de esta ley. Hemos pasado página al florecimiento de vocaciones en seminarios y congregaciones religiosas.

El río de estudiantes futuros dominicos, instalado como una población itinerante en sus aulas y capillas, talleres y campos de deporte, se extinguió hace algunos lustros. Pero una segunda oleada de programas y realidades nuevas ha tomado el relevo por obra y gracia de Don Antonino Fernández. Idea y financiación suya es la reciente Fundación Soltra (Solidaridad y Trabajo), con participación, además, de la comunidad de Dominicos, Gureak y Caja España. Los antiguos espacios, remozados y puestos al día en exigencias de tecnología y uso, dan cabida hoy a un colectivo de personas con discapacidad física y psíquica, que con estructura y leyes de empresa dan cuenta de trabajos y servicios demandados por la sociedad. Gracias a esta iniciativa, un numeroso sector de hombres y mujeres a quienes el paro golpea con especial dramatismo, han visto redimida su situación personal y laboral con nuevas luces de realización.

El Santuario ha sido elevado por Roma a la categoría de Basílica, un nuevo albergue de peregrinos presta hogar provisional a los amantes del Camino de Santiago, el templo mantiene indeclinables sus tareas pastorales de acuerdo con las nuevas exigencias de los tiempos. Toda la cartografía, en fin, de La Virgen del Camino sigue exhibiendo el perfil de un poderoso foco de espíritu y cultura en lo que hace cientos de años era la paramera leonesa. Una roca de mármol, a la entrada de la Basílica, lo recuerda a los cientos de miles de devotos y peregrinos que discurren a lo largo del año por aquel espacio tan peculiar: Don Antonino y Doña Cinia. Los mismos nombres, por cierto, que sirven de logotipo a una Fundación cultural creada en Cerezales del Condado e inaugurada en julio de 2009.